La caída del ángel

Hoy han apresado mis alas y el descenso ha sido largo y doloroso, mis lágrimas se convertían en puñales que herían mi rostro, el frio calaba hasta mis huesos y no puede sonreír más. Mi grito quedó prisionero de mi garganta, me asfixiaba en silencio y los demás que volaban antes a mi lado no se detuvieron a ver, ni una sola mano detuvo mi caída. La felicidad de mi alma se evaporó con un suspiro y la luz que emanaba de mi alma se extinguió, en ese tortuoso momento lo negro de las sombras me cegó porque yo no me hallaba en la luz, mi cuerpo se desplomo duro y cruel contra el concreto, mis huesos se rompieron en pedazos y el más agudo dolor terminó con mis deseos. Entonces comprendí que estaba sola, en ese charco ahogándome con mi propia sangre, que tan solo me veían cuando mis alas brillaban, cuando tiraba de la mano de alguien para evitar que cayera, cuando secaba una lágrima o limpiaba una herida, pero ahora que yo había caído nadie me había halado, nadie había secado mis lágrimas, nadie curaba mis heridas. Un negro torrente se habría a mi lado y gélidas manos apresaron mis tobillos destrozados arrastrándome a un abismo de negrura, sangrientas criaturas me rodearon y sus garras negras de sangre seca desgarraron mis blancas alas y vestidura, se alimentaron de mis gritos y bebieron de mis lágrimas, su aliento sulfuroso inmunizó mis ojos del llanto y abrió mi mirada a las sombras. Risas macabras, malos deseos, avaricia, envidia, codicia fue todo lo que vi. “Esta es la realidad” susurro una afilada voz justo sobre mi oído y supe que era verdad.

Negras alas surgieron de mi espalda y la sangre de los muertos protegió mis alas del calor agonizante del inframundo, arañas del averno tejieron mi nuevo atuendo y me hicieron levantarme y caminar sobre sueños rotos y engaños.

Haz visto alguna vez la luz del sol

Has aspirado el olor de amanecer

Has acariciado el pétalo de una rosa

Esa es la esencia más pura de la vida.

Sin embargo los humanos lo han devorado, lo han destrozado y ensuciado, mi único pecado había sido ser una dulce criatura, ser sincera y mi castigo era ver la sinceridad del mundo, esa cruel verdad que tanto tiempo había ignorado, ahora aprecio la propia extinción del hombre provocada por su propia mano, la devastación aquí desde lo alto de mi mausoleo, dándole su postergado consuelo a las almas que descansan a mis pies, porque este cementerio es el último resquicio de mórbida tranquilidad.

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¡Larga Vida al Rock!